lunes, 26 de febrero de 2007

Querido Tepindro:

Hoy estoy algo triste, me acuerdo de mi pueblo. ¿Recuerdas Tepindro que te hablé de él?, seguro que sí. Hace unos meses escribí en una revista un artículo. Ahora quiero que tú también lo tengas. Que lo guardes Tepindro, como guardan los piratas sus tesoros y quiero que me lo leas cuando veas que la nostalgia me invade, como ocurre en este momento.
Te conozco tanto que he terminado por no conocerte nada. Te escuchaba de niña susurrarme en la cuna, no sé cómo, pero el coco pensando en ti siempre fue menos malo. Cuando crecí te descubrí envuelto de nieve en invierno y de bullicio en verano. Los otoños a tu lado siempre fueron eternos y las primaveras eran el resultado de una extraña mezcla, que nunca supe muy bien a que olía. Seguí creciendo, y al igual que para mí, el tiempo pasó por ti. Me hice mujer y entonces te descubrí así cómo eres en realidad; mitad sueño de una tarde de verano, mitad frustración de una mañana de invierno. No imaginas Tepindro los inviernos en mi pueblo.
Yo, cómo tantos otros, te he ido conociendo al tiempo que recorría tu cuerpo y bebía de ti, mientras pérdida en tus rincones aguardaba silenciosa y atenta a cualquier extraño. Aún había algo de aquella niña que miraba con la boca abierta la primera mariposa de mayo. La mariposa se fue en septiembre y la niña... la niña vuelve cuando te tiene cerca. ¿Tú también habrás sido niño Tepindro y tendrás recuerdos?.
He comido de ti, mi mano ha recorrido los secretos más profundos de tu ser, he oído tu rugir y tu calma. He llegado tan lejos..., hasta poner mi mano sobre tu corazón para comprobar que había pulso. Y lo había, pero muy lento. Tus secretos han dejado de serlo, y ya hay quién lo encuentra rentable; tu rugir se torna en tempestad y la calma, esa ya no existe. En un tiempo lo fuiste todo para aquellos niños que se contentaban con correr por tus calles y bañarse en tus aguas. Pero ellos son hoy mujeres y hombres que te anhelan, que te extrañan y que vuelven siempre que pueden a ti, buscando esa inocencia que a tú lado descubrieron. Te bautizaron con el nombre mágico de “El Pueblo”, nunca te quejaste. Ni aún hoy, cuando llenan a cada rato tu cuerpo de basura y mentiras, de promesas rotas y de compromisos desquebrajados, y ni siquiera así replicas. Has hecho de tú vida la nuestra y nadie se acuerda. Nerpio, ese es tu verdadero nombre, el que se exhibe con orgullo cuando uno se encuentra alejado de tus tierras y ante el muy frecuente ¿Qué?, se repite tu nombre una octava más alta, porque no entendemos que no te conozcan, porque sencillamente quienes en ti hemos crecido y seguimos haciéndolo, nos resistimos a creer que en otros lugares exista vida. Se llama Nerpio, Tepindro, mi pueblo se llama Nerpio, un nombre raro como el tuyo pero preciso, ¿eh? Tepindro.
Dicen los quejicas que tu entrada está envuelta por un sin fin de eslabones que a modo de carretera dificultan el recorrido ¡Qué sabrán ellos el lugar dónde el universo esconde sus tesoros!. Han pasado tantos inviernos y tantos veranos, que una no sabe muy bien cómo repartir los recuerdos. Sin embargo, hay algo que permanece en la parte de niña que vive en la de mujer, un extraño sentimiento de nostalgia y prisa por volver cuando los kilómetros nos separan de ti.
En Agosto te engalanas, sacas tus mejores ropas y ofreces tu mejor sonrisa. La ocasión lo merece.
Tepindro, el verano que viene invitas a tus amigos a mi pueblo. Tus calles vibran con el calor de tus gentes, de las gentes. Dice la canción y no va mal encaminada, “que todo el que viene en Nerpio se queda”. Ojala fuese así de sencillo, pensarán muchos, pero que no se lleven a engaño, tú siempre te quedas, habitas en los corazones de aquellos que te recuerdan, también en los de aquellos que siendo “extranjeros” viven contando los días para regresar a ti. Duermes en las lágrimas del que se va y en la quimera del que se queda. No hay nada más hermoso que el recuerdo y la ilusión. El recuerdo de los veranos en los que aún éramos niños y correr y gritar era una obligación. La ilusión de ver un mañana lleno de niños que tienen el deber y la obligación de gritar muy fuerte, hasta que se les escuche. Pasas lista y vuelves la página, las sonrisas de algunos esconden las de tantos otros que corrieron tus calles y que siendo niños aprendieron a quererte. Se fueron y vinieron otros, que también cubren tus caminos y que han descubierto el valor del compromiso más sincero, el que se da sin nada a cambio.
Antes fuimos niños, alegados de todo deber que no estuviese sujeto a la diversión, hoy hemos aprendido, aunque algunos no lo crean, a respetarte, a mirar por ti, hemos aprendido a quererte porque otros ya habían grabado con sangre y sudor las huellas en el camino; a todos ellos gracias. Al resto..., no saben lo que se pierden.
Esos niños que un día jugaban con los cuernos de las vacas a fingir encierros son los mismos que hoy corren delante de los bichos negros; esos niños que gritaban, son los que ahora reclaman, anhelan y... siguen gritando.
Gritamos para que nos escuchen Tepindro.
Por ti que nos has visto avanzar y retroceder, que siempre nos has tendido los brazos abiertos cuando hemos buscado cobijo o un rato de consuelo alejados del mundanal ruido. Por nosotros, los jóvenes, que hemos aprendido de aquellos que han querido enseñarnos. Y por vosotros, Nerpian@s, para que juntos sigamos descubriendo a cada instante la magia y el embrujo que nuestro pueblo encierra. ¿Qué no? Entonces ¿Cómo se explica que cada año volvamos sabiendo que siempre serán las mismas caras las que vamos a encontrar? Saben cómo se explica: recordando a aquel niño que creció amando estas tierras y que no sabe vivir sino se alimenta de ellas.
¿Te ha gustado Tepindro?, un día de estos te voy a enseñar una foto.

1 comentario:

Ludovica dijo...

Aunk siempre nos esten diciendo que viajemos y nos vayamos a otros sitios, como en el pueblo de una no se está en ningún sitio.